Por Neva Milicic
Psicóloga y autora del libro "Cuánto y cómo los quiero"
El Mercurio (Chile)
martes 1 de agosto de 2006
Escuchando la conferencia del vigésimo cuarto Dalai Lama en Chile, sobre "El poder de la compasión", en que sostenía que la compasión es la más importante de las virtudes humanas, me surgió la idea de cómo favorecer en los niños el desarrollo de la compasión, en un mundo caracterizado por la violencia, en que una competencia despiadada lleva a la deshumanización de las relaciones personales, lo que se hace muy evidente en una economía que genera desigualdades tan profundas, y que afecta a la infancia. Los niños pobres tienen una infancia con frecuencia triste y llena de carencias.
Psicóloga y autora del libro "Cuánto y cómo los quiero"
El Mercurio (Chile)
martes 1 de agosto de 2006
Escuchando la conferencia del vigésimo cuarto Dalai Lama en Chile, sobre "El poder de la compasión", en que sostenía que la compasión es la más importante de las virtudes humanas, me surgió la idea de cómo favorecer en los niños el desarrollo de la compasión, en un mundo caracterizado por la violencia, en que una competencia despiadada lleva a la deshumanización de las relaciones personales, lo que se hace muy evidente en una economía que genera desigualdades tan profundas, y que afecta a la infancia. Los niños pobres tienen una infancia con frecuencia triste y llena de carencias.
Al preguntarle a un niño de nueve años de nivel socio económico alto cuáles eran sus metas, respondió: Ganar, ser empresario y tener un millón de dólares. No importa cuál sea el nivel de comprensión que el niño tenga de lo que respondió, pero refleja claramente que ha asimilado una escala de valores en que el "ganar", y sobre todo ganarles a los otros, es lo central. Por supuesto esta motivación se reflejaba en otras conductas como agresividad física hacia los compañeros, descalificación verbal, burlas y bromas pesadas en relación a las problemáticas y errores que cometían los otros niños.
Es necesario enseñarles a los niños, adolescentes y adultos el valor de la compasión, entendido como la capacidad de percibir el dolor del otro. Decía el Dalai Lama que quien es compasivo se beneficia más aún que al que se compadece, porque al percibir el dolor ajeno se genera una suerte de energía y coraje para enfrentarlo. Hizo una preciosa analogía de la compasión con la leche materna.
Sensibilizar a los niños con las necesidades y sufrimientos de los otros, tomando contacto con el dolor, con la pobreza y con los problemas ajenos sin duda los hará mejores personas. Por supuesto este contacto tiene que estar adecuado a las edades de los niños y orientado a una búsqueda de soluciones.
Si hay un temporal, preguntarse qué podríamos hacer por los que se han quedado hoy sin casa y sin ropa; mi compañero de curso está faltando, ¿qué podría hacer por él? Estas son preguntas que el niño debe ir aprendiendo a formularse, para tener una mirada más compasiva del entorno.
Todas las religiones intentan que haya más bondad, justicia y compasión, y en ese sentido conectar a los niños con las valores espirituales los ayudará a interiorizar estos valores que les permitirán ser más compasivos.
Un beneficio importante de la compasión es que disminuye el egocentrismo. En la misma conferencia sobre el poder de la compasión, el Dalai Lama sostenía que en el egocentrismo hay una magnificación de los propios problemas por una visión restringida. Quien tiene compasión posee una visión más amplia y por lo tanto el efecto de las dificultades es percibido como menor. Por ejemplo, si un niño ha percibido el sufrimiento de alguien con una discapacidad motora, el día que no pueda jugar un partido porque tiene un esguince será capaz de tolerar la frustración viviéndolo como una dificultad y no como una tragedia.
En este sentido, una familia que es tolerante y compasiva enseña a sus hijos no sólo a comprender el sufrimiento de los otros, sino que a vivir más sabiamente el propio.
Es necesario enseñarles a los niños, adolescentes y adultos el valor de la compasión, entendido como la capacidad de percibir el dolor del otro. Decía el Dalai Lama que quien es compasivo se beneficia más aún que al que se compadece, porque al percibir el dolor ajeno se genera una suerte de energía y coraje para enfrentarlo. Hizo una preciosa analogía de la compasión con la leche materna.
Sensibilizar a los niños con las necesidades y sufrimientos de los otros, tomando contacto con el dolor, con la pobreza y con los problemas ajenos sin duda los hará mejores personas. Por supuesto este contacto tiene que estar adecuado a las edades de los niños y orientado a una búsqueda de soluciones.
Si hay un temporal, preguntarse qué podríamos hacer por los que se han quedado hoy sin casa y sin ropa; mi compañero de curso está faltando, ¿qué podría hacer por él? Estas son preguntas que el niño debe ir aprendiendo a formularse, para tener una mirada más compasiva del entorno.
Todas las religiones intentan que haya más bondad, justicia y compasión, y en ese sentido conectar a los niños con las valores espirituales los ayudará a interiorizar estos valores que les permitirán ser más compasivos.
Un beneficio importante de la compasión es que disminuye el egocentrismo. En la misma conferencia sobre el poder de la compasión, el Dalai Lama sostenía que en el egocentrismo hay una magnificación de los propios problemas por una visión restringida. Quien tiene compasión posee una visión más amplia y por lo tanto el efecto de las dificultades es percibido como menor. Por ejemplo, si un niño ha percibido el sufrimiento de alguien con una discapacidad motora, el día que no pueda jugar un partido porque tiene un esguince será capaz de tolerar la frustración viviéndolo como una dificultad y no como una tragedia.
En este sentido, una familia que es tolerante y compasiva enseña a sus hijos no sólo a comprender el sufrimiento de los otros, sino que a vivir más sabiamente el propio.